Adolescentes: enganchados á moda?



Autoría: Pilar Guembe y Carlos Goñi (Autores del libro “Es que soy adolescente…y nadie me comprende“)
Republicado con autorización de: http://www.solohijos.com/

Muchos adolescentes están atrapados por la moda. Como una gran piedra imantada les atrae con una fuerza que ellos no pueden controlar. Sin poderlo evitar son zarandeados por las oleadas de la moda. Ella les hace vestirse de una determinada manera, llevar el tipo de peinado que se lleva, colgarse un piercing o tatuarse un dibujo en la piel, escuchar su música, leer sus revistas y hablar a su manera.

¿Por qué siguen nuestros hijos la moda?


En el momento vital en que se encuentran, la ropa se convierte en la gran aliada de los adolescentes. La forma de vestirse la identifican con la forma de ser. Para un chico o una chica no es indiferente ponerse una cosa u otra, incluso “ponerse cualquier cosa” tiene su razón de ser. Aunque ellas comienzan antes, la preocupación por la ropa también les afecta a ellos.

Ir a la moda lo interpretan como ir a su manera. La moda juvenil (algunos la llaman subcultura) les permite identificarse con su grupo y reivindicar su oposición a los criterios adultos. Llevar pantalones caídos (la cintura ya no está en la cintura) o rotos, sudaderas enormes, camisetas ceñidas con dibujos, números y letras, tops que no llegan al ombligo, peinados “despeinados“, zapatillas de lona, una flecha atravesando la lengua o una visera sin que haga sol les diferencian lo suficiente para distanciarse del mundo adulto, de hecho, sus padres estarían ridículos con “esas pintas“. Ellos, en cambio, se sienten bien, quizá porque les sienta bien.
Utilizan la ropa como un sistema de signos para comunicarse con sus iguales, con quienes comparten un mismo código. Los padres no interpretan del mismo modo ese lenguaje, por eso no suelen entenderse con sus hijos en este tema y muchas veces se convierte en fuente de conflictos.

¿Cómo ayudar a tu hijo a no dejarse atrapar por la moda?

No le “ralles: se encerrará en su caparazón. Sería mejor:

§  Relativizar el conflicto y tomárnoslo con calma. Debemos valorar si merece la pena armar una gran trifulca por una cuestión que seguramente es transitoria o superficial. Eso no significa que debamos aceptarlo todo, sino que hemos de considerar los riesgos: los extremos (tanto la dureza como la permisividad excesivas) pueden alejarnos de nuestro/a hijo/a. Lógicamente, no es lo mismo que se trate de un comportamiento aislado o que vaya acompañado de otros cambios de conducta, como amigos, resultados académicos, salidas, mal humor, etc.

§  Conocer los modelos a los que trata de imitar. Ahora más que nunca, los padres debemos estar enterados del mundo en el que viven nuestros hijos. Quizá viste de tal o cual manera, escucha un tipo de música determinado o quiere ponerse un piercing especial porque está intentando imitar una forma de vida, a un actor o a un grupo de música. Conocer esos modelos nos puede ayudar a entender cuáles son sus gustos, sus ideas, lo que quiere expresar, y para saber si la influencia puede ser positiva o negativa.

§  Promover el buen gusto. Como todo, el gusto debe ser educado. Si hemos trabajado su sensibilidad estética, probablemente será más libre al escoger y no irá al vaivén de lo que se lleva. No podemos exigir, sin embargo, que tenga un criterio estético adulto. Se ha de vestir como un/a adolescente, ha de ir a la moda, pero no estar atrapado por ella.

§  Educar en el pudor. Ser pudoroso no significa ser mojigato ni puritano. Tenemos el sentido del pudor para proteger nuestra intimidad: del mismo modo que no contaríamos nuestras cosas íntimas a alguien con el que no tuviéramos mucha confianza, cubrimos nuestro cuerpo para no perder parte de esa intimidad. A muchos chicos y chicas las fuertes ráfagas de la moda les violenta y les hace exhibirse como no quieren.

§  Dar ejemplo. A menudo somos los padres los que alentamos el consumismo, pues somos realmente consumistas. Respecto al porte, podemos dar un mal ejemplo si ante cualquier ocasión nuestra máxima preocupación es “qué me pondré”. Por otra parte, no podemos extrañarnos que vista de forma provocativa si cuando era una niña nos hacía gracia con esa minifalda y es top tan cortito.

§  Fomentar la austeridad. En un ambiente consumista como el que nos envuelve, la austeridad es la mejor vacuna. Quizá de lo que más necesidad tenemos hoy día es de carecer. Por eso, no está de más que demos menos a nuestros hijos, para que sean capaces de sacrificarse y puedan ser libres de renunciar a lo que no necesitan.

§  Controlar en casa los estimuladores del consumo: revistas, Internet, publicidad, televisión. El bombardeo es constante, si lo podemos mitigar, mejor.

§  Comprar juntos al principio. Cuando son niños les compramos la ropa nosotros y, cuando ya son mayores, se la compran ellos, entre medio (al inicio de la adolescencia) es bueno que vayamos juntos a comprar. Así le podremos educar en ese ámbito. Antes de que salga de compras solo o sola (generalmente lo hacen con amigos), debemos establecer en casa el dinero que se puede gastar y qué se va a comprar. Si sólo va a mirar, es mejor que no lleve dinero.

§  Conseguir que tenga criterio propio. Es una labor que se inicia en la infancia y que consiste en darle seguridad a base de contar con su opinión, valorar sus apreciaciones, tenerle en cuenta, etc. Tener un criterio propio le hará menos influenciable. Si vemos, por el contrario, que es un chico o una chica que se deja fácilmente influir, deberemos estar más pendiente de lo que hace. Tenemos que enseñar a nuestros hijos que la moda propone pero son ellos los que disponen de ella.

§ Transmitirle valores, ideales, proyectos. Muchas veces los adolescentes se llenan de cosas porque se encuentran vacíos.

§  Conocer los riesgos. No seamos padres ingenuos. Algunas actividades presentan serios riesgos que no sólo afectan a su salud, sino también a su formación personal, como cierto tipo de música o cierta moda de ropa unida a una forma determinada de ver la vida.

§  Respetar su ámbito de autonomía. Todas estas prevenciones deben articularse con el respeto por un espacio para él o ella, fuera del agobio de los padres, donde poder expresarse e ir creciendo.