Educar para ser competitivo non ten sentido

Autoría: Laura Estremera Bayod (Maestra de Audición y lenguaje, Técnico superior en educación infantil, autora de Criando)
Republicado con autorización de: http://www.educapeques.com/


Educar para la competividad

Antes  de empezar el artículo me gustaría que reflexionáramos sobre cómo educamos y qué le transmitimos a nuestros hijos y alumnos.
En ocasiones creemos que vivimos en un mundo competitivo y que educar para la competitividad es una forma de “prepararles para el futuro”, un futuro en el que “sobrevivirá” el más fuerte como si de las ideas de Darwin se tratara. Podemos llegar a creer que la competitividad es lo que motiva a nuestros alumnos para sacar mejores notas; que comparando a nuestro hijo con su hermano pequeño y diciendo que hasta el bebé se come las verduras, él se las comerá; que ofreciendo a nuestro hijo un caramelo a nuestro regreso, se quedará más contento a las clases de repaso; que realizando una “economía de fichas” (tabla donde se van poniendo pegatinas cada vez que el niño hace algo hasta que al completarlas recibe un premio) adquirirá una conducta… Pero las investigaciones nos revelan lo contrario…

De hecho entre las razones que llevan al abandono deportivo se encuentran que el clima sea muy competitivo haciendo mucho hincapié en ganar (García Fernando, 2006) y el no tener en cuenta la teoría de la autodeterminación (tendencia a involucrarse en lo que despierta interés en lugar de lo que se hace por obligación).
¿Realmente el mundo es competitivo o para lograr avanzar debes superarte a ti mismo?, ¿Cómo consigues superar retos y obstáculos: luchando y compitiendo contra los demás o contigo mismo, sacando lo mejor de tí y superándote día tras día?
Si nos paramos a pensar qué cualidades nos gustaría que tuvieran nuestros hijos, seguramente elegiríamos que fueran buenas personas, con una alta autoestima, que tuvieran la capacidad de vencer obstáculos, que no dependieran de la opinión de los demás  a la hora de hacer las cosas, es decir, que tuvieran criterio propio, capacidad de decisión, que supieran asumir las consecuencias de sus actos… Pues estas características, se alejan del mundo competitivo y luchador, que pisa al de al lado, que funciona a base de premios y castigos y tiene más que ver con la motivación de logro.

La motivación de logro es la tendencia a buscar el éxito en situaciones desafiantes que suponen un reto con el fin de obtener la propia satisfacción, sin tener en cuenta la aprobación externa.
Y ¿cómo se consigue una alta motivación de logro? Pues hay 2 conocidos estudios que relacionan el estilo educativo de los padres con la alta o baja motivación de logro de los hijos.
Winterbottom en el año 1958, halló que los niños con una alta motivación de logro eran aquellos que recibían más refuerzo de tipo emocional por parte de sus padres, mostrando más cariño y afecto.
Rosen y D’ Andrade en el año 1959, llevaron a cabo una investigación en la que descubrieron que:
-Los niños con una alta motivación de logro tenían unos padres que les daban seguridad y ánimo mientras hacían tareas, se alegraban de sus éxitos, les dejaban libertad para actuar y reforzaban con palabras de cariño y les ayudaban ante sus fracasos.
-Los niños con una baja motivación de logro tenían unos padres con expectativas más bajas hacia las capacidades de sus hijos, cuando interactuaban eran más autoritarios, tomaban las decisiones por ellos, cuando los niños se equivocaban les regañaban y su actitud era de autoridad en todo momento.
Tras ver ambos estudios, podemos observar que el clima competitivo, autoritario, sin afecto… no favorece una alta motivación de logro, sino que es necesario un ambiente que nos de seguridad, que fomente y respete la autonomía de los niños, que promueva la responsabilidad y el compromiso, es decir,  necesitamos una relación de apego seguro.
Los niños que tienen una alta motivación de logro en el futuro serán personas responsables, con capacidad para ver las consecuencias de sus actos y asumirlas.
Pero ¿es fácil darles libertad para actuar, ayudarles en sus fracasos? ¿O es más sencillo para nosotros tomar las decisiones por ellos, regañarles cuando se equivocan?
“Te lo dije” se te iba a caer… “Ya lo estaba viendo yo…”
Nadie ha dicho que sea fácil, pero si somos un poco más conscientes de nuestro papel, quizá podamos conseguir una sociedad mejor en el futuro.
Pero esto no acaba aquí, porque tener motivación de logro y hacer las cosas por el propio placer sin necesitar compararte con los demás con el fin de superarte a ti mismo está muy bien, pero el niño no va a hacer todo lo que le digamos con una alta motivación de logro porque el ser humano tiene una necesidad de controlar su propia vida de elegir lo que hace por su propia satisfacción y esto lo podemos observar claramente en un niño de 2 años en la famosa “etapa de las rabietas” en la que el niño empieza a tener ideas diferentes a las de los adultos.
Deci y Ryan en 1985 elaboraron la Teoría de la autodeterminación en la que explicaban que los seres humanos tenemos una tendencia innata a involucrarnos en lo que nos despierta interés en lugar de lo que se hace por obligación, es decir, que necesitamos sentirnos competentes y autónomos.
Recordar a niños bien pequeños diciendo “Yo sólo” queriendo alcanzar una autonomía progresiva, cogiendo la cuchara a la hora de la comida, intentando ponerse los zapatos, subiendo un obstáculo del parque… o imaginaros a vosotros cuando vuestro jefe no os permite opinar nada…

Y en el aula ¿Cómo influye Educar para la competitividad?

Deberíamos favorecer en nuestros hijos y nuestros alumnos una motivación intrínseca, el placer por aprender y no por un premio externo o para evitar un castigo.
La motivación intrínseca correlaciona positivamente con el aprendizaje, con la motivación de logro, con la percepción de competencia y con tener menos ansiedad, lo que creo que son razones suficientes para favorecerla, aunque no es sencillo y más en una sociedad tan competitiva como la nuestra en la que las calificaciones están a la orden del día, los famosos gomets, las caritas sonrientes, los puntos positivos y negativos… Todo esto, destruye la motivación intrínseca del estudiante, porque pasa de hacer las cosas por placer a hacerlas para conseguir algo a cambio, por obligación. Y si además tenemos en cuenta el costo oculto de la recompensa de Lepper y Green  (1978) descubriremos que cuando una actividad se hace por placer y alguien nos la premia (con un gomet, un punto positivo, una carita sonriente, un caramelo…) el interés por la actividad disminuye y deja de ser placentera ¿paradójico, no crees?  Ya que como hemos dicho, el ser humano necesita sentirse autónomo y se involucra en lo que le despierta interés y no obligación.

¿Y todos lo premio son malos? Pues depende de lo que le aporte al niño:

-Si el “premio” es informativo, por ejemplo, le dice al niño lo que ha hecho bien, “le informa”: promueve su autodeterminación y favorece su motivación intrínseca porque recibe una retroalimentación de su trabajo.
-Si el premio es controlador (como una calificación, un caramelo, una pegatina…) daña su autodeterminación y su motivación intrínseca.

Del mismo modo, si la información que le trasmitimos hace que se sienta competente, aumenta su motivación intrínseca hacia la tarea.
Pero si por el contrario, hacemos énfasis  en los fallos, le transmitimos la idea de baja competencia.

El papel del profesor es por lo tanto determinante para conseguir que sus alumnos se sientan motivados, ya que de su forma de relacionarse con ellos va a depender la motivación y el clima del aula.
Si el alumno puede demostrar su competencia, su progreso personal (la alta motivación de logro de la que hablábamos al principio del artículo junto con el aspecto informativo del premio que acabamos de explicar) incrementará su interés por aprender y su autoestima.
Pero si el peso recae sobre los resultados y sobre la evaluación, desciende la autoestima de los alumnos.
Ahora sería bueno reflexionar sobre qué es lo que más se suele valorar en el aula, si se tiene en cuenta el progreso personal de cada alumno o se hacen continuas referencias a los exámenes, a las notas, a pasar de curso, a los puntos positivos…
Además un ambiente competitivo también está relacionado con el clima motivacional del aula como bien han demostrado Salmeron (2010) y Gutierrez y López (2012)
Un aula en la que se respete la capacidad de aprendizaje de cada alumno, su interés, el esfuerzo y la importancia hacia la materia, está relacionado con una buena disciplina por parte de los alumnos.
En cambio, un ambiente en el que el niño se siente comparado, hay competencia, tensión y presión, está relacionado con la indisciplina de los alumnos.
Con lo que acabamos de leer ¿seguro que sigues creyendo que debemos preparar a los niños para un mundo competitivo?
Como ya hemos visto un clima de competitividad está relacionado con una baja motivación de logro, con una motivación orientada a obtener premios y evitar castigos, con una baja autoestima, con la indisciplina de los alumnos…
Ya que el ser humano quiere ser dueño de su vida, ser autónomo, poder elegir y sacar lo mejor de sí mismo y no lo hace para hundir al de al lado, sino por placer, por sus ganas de aprender, de seguir creciendo.
No hay más que observar a los niños muy pequeños y su capacidad para vencer obstáculos, para intentar una y otra vez el mismo reto, de querer descubrir el mundo y estos, no necesitan a nadie que les ofrezca nada a cambio para seguir intentándolo, no necesitan que los comparemos con otros, que su triunfo se deba a la derrota del de al lado (“Come rápido para “ganar” a Juanito”)
El mundo ya es lo suficientemente mágico y asombroso para que nunca dejemos de buscar nuevos retos.