Educar en parella, educar (e pelexar) o dobre

Republicado con autorización del autor: Carlos Pajuelo
La discrepancia a la hora de educar hijos es normal, dos educan el doble.
Si hay un mantra, una creencia muy extendida en el tema de la educación de los hijos, es ese que dice que en una familia el padre y la madre han de educar de la misma manera a sus hijos.
Nuestra forma de ser, nuestra forma de pensar, de sentir,  influye directamente en la forma de educar, en el modelo de padres que somos.  Cada padre y cada madre creen que lo que ellos piensan y  sienten cuando educan  es lo correcto. Y nuestros hijos tienen una gran facilidad para descubrir estas discrepancias, y son capaces de determinar qué cosas pedir a quién, cuándo y dónde. Así se da origen a una de las situaciones que más conflictos crean en las familias: sentirnos desautorizados o cuestionados por nuestra pareja por decisiones referentes a la educación de nuestros hijos. Y, lo que es peor, en algunos casos, con nuestros hijos de testigos.
De hecho, cuando nuestros hijos tienen la oportunidad de equivocarse y se equivocan, muchos padres y madres se cuestionan hasta qué punto la intervención del “otro” ha podido ser causa, por acción u omisión, de esa equivocación. (“Tú lo tiene muy mimado, tú le consientes todo a la niña, tú nunca hablas con él, tu, tu y tú”. Los “Tutues” que se lanzan como cuchillos y que no nos ayudan a educar, pero sí a tener conflictos con nuestras parejas.
Tenemos que recordar que la mayoría de las personas elegimos a nuestra pareja porque poseen una serie de rasgos de personalidad y una manera de actuar que nos parecen muy atractivos y deseables, entre otras cosas, porque nosotros no los tenemos. Somos unos semejantes muy diferentes. ¿Es esto un problema? Pues no. Es simplemente una realidad que hay que tener en cuenta para poder utilizarla a nuestro favor a la hora de educar. Cuestionar y desautorizar a nuestra pareja conlleva un peligroso juego de poder entre los padres que puede terminar con la inhibición del progenitor cuestionado.
No se desautoriza a la pareja delante de los hijos, nunca. Si discrepáis, habladlo vosotros y luego, si hay que dar marcha atrás, se hace. Equivocarse es cosa de los que aprenden y de los que enseñan.
Hay padres y madres que intentan ser un equipo unificado, donde el respeto de las opiniones mutuas y la toma de decisiones conjuntas es el camino utilizado. A veces, se toman decisiones que nuestra pareja no comparte y viceversa. Ese es el momento en el que es más necesario hablar tranquilamente y, tras exponer nuestros puntos de vista, tomar una decisión. Y si consideramos que hay que revocar la decisión que se tomó, no pasa nada, se le hace saber a nuestros hijos. Y a aguantar el temporal.
Hay padres y madres que delegan en su pareja la toma de decisiones. Si tú delegas en tu pareja entonces tienes que apoyar todas las decisiones  que tome, ¿no crees?
Un padre y una madre no actúan igual, pero ambos comparten lo sustancial: amor, normas, límites y consecuencias.
Un padre y una madre no piensan igual, pero ambos respetan que educar no es adoctrinar, es influir.
Un padre y una madre no hablan por una misma boca, pero a los hijos les hablan en el mismo idioma. De esta manera un padre y una madre pueden decir a sus hijos las mismas cosas, de manera muy diferente, y pueden hacer énfasis en aspectos diferentes, pero no se contradicen.
Un padre y una madre no compiten entre ellos para ver quién es mejor educando; un padre y una madre  suman esfuerzos, a menudo diferentes esfuerzos, para educar a sus hijos. Si un padre y una madre actuasen siempre de la misma manera, cómo apreciarían nuestros hijos las diferencias. Dos educan el doble que uno.
No, no somos iguales, y eso es una suerte para nuestros hijos porque pueden apreciar en “sus carnes” que, cuando los educamos, da lo mismo que un padre sea de una manera y una madre de otra muy distinta, porque lo que nos hace educarles no es cómo somos sino el a dónde vamos. Cada padre y cada madre aporta lo mejor de cada uno a la hora de educar, pero como no somos perfectos, también aportamos algunos de nuestros defectos a la hora de educar. Eso nos hace humanos y por eso, cuando nos equivocamos con nuestros hijos, la labor de nuestra pareja es crucial para hacer ver a los hijos que, aunque los padres nos equivocamos, los educamos porque los queremos.

Diferentes y diversos, eso es lo que somos, y la diversidad siempre es un valor, sobre todo educando.