"Os meus pais amárganme a vida" e outras frases lapidarias...

Republicado con autorización del autor: Carlos Pajuelo

Toda madre y todo padre, que se precie como tal, debe de estar preparado para escuchar en la boca de sus hijos una serie de frases lapidarias, cargadas de emoción y dichas con tal contundencia y cierta carga de desprecio, dignas de Scarlett O´Hara, del tipo: “lo único que queréis es amargarme la vida”.
El problema no es que nuestros hijos e hijas lancen esas frases cual mamporro directos a la barbilla de sus progenitores, el problema es lo mal que le sientan a algunos padres y madres que sus retoños sean tan severos, dramáticos y contundentes a la hora de juzgar el comportamiento de sus padres como educadores. Los hijos te hacen sentir como si, padres y madres, nunca hiciéramos algo bien.
Repasemos algunas de estas frases lapidarias que escuchamos a nuestros hijos e hijas:
“Los padres de mis amigos sí que son buenos padres”,  ¡pues claro que sí!. De hecho, en las casas de los amigos de tus hijos tú gozas de una reputación estupenda. Todos los hijos tienen la sensación de que el día que repartieron padres y madres les tocó lo que no quería nadie. Educar a los hijos de los demás es lo más sencillo porque para los hijos de los demás tenemos comprensión, calma y palabras llenas de confianza. A los nuestros tenemos que educarlos, o sea, tenemos que incomodarlos e incomodarnos.
“¡Qué ganas de irme de esta casa!”. Esto de largarse de los sitios en los que tenemos conflictos es muy antiguo. A nuestros hijos, mientras los estamos educando, los estamos sometiendo sistemáticamente a un conjunto de normas y límites: “Estudia hija; recoge hijo; come; eso no; a las 10 en casa; etc…”  y los hijos creen que, en cuanto se vayan de casa, van a poder vivir en un estado de libertad absoluta (¡qué ingenuos!). Cuando los hijos amenazan con irse de casa, tú recuérdales que estás encantado o encantada de vivir con ellos, y no se te ocurra decirles eso de ahí tienes la puerta. Y menos aún lo de ” y si te vas, aquí no vuelvas a entrar”.  No te pongas a ser más “flamenco” que tu hijo, pues te recuerdo,  que tú eres el que tiene que poner el cerebro en los conflictos con los hijos.
“Sólo queréis amargarme la vida”. Esto te lo dice tu hija o tu hijo cuando le has impedido ir a un concierto nocturno de un grupo musical que, aparte de desconocido, tiene nombre de parte pudenda del organismo. ¿Qué quieres? ¿que te abrace y te diga: ¡olé mi madre y olé mi padre! que vigilan y cuidan por mi bienestar?. Educar nos obliga a limitar, poner coto, negar, prohibir… y es normal que los hijos lo sientan como una absurda postura de unos absurdos padres que sólo tienen el objetivo de fastidiarles. de hacerles sufrir. Cuando te digan esto, tú no te enfades, simplemente recuerda que están contrariados por las normas y límites que guían nuestra manera manera de educar. Pero esto es lo que hay. 
“¡Pues no haberme tenido!”, le espetan algunos hijos a sus padres cuando estos les están haciendo ver las consecuencias de sus conductas, y a la que algunos padres, irritados responden, frases desafortunadas del tipo “¡desde luego, con lo tranquilo que estaba yo!”. Lo más sencillo en estos casos es decirles tranquilamente, de manera sencilla, “hijo, hija, pues yo te quiero”.
Te recuerdo que tus hijos están en construcción, así que no te pierdas en sus formas y céntrate en tu tarea de educar.
Los hijos son como las olas del mar: a veces apacibles y serenos, y otras veces originan tormentas de efectos devastadores. Los padres somos el faro que guía, y te recuerdo que los faros son más útiles y necesarios cuanto más grande es la tormenta.