Segunda infancia

 Características generales de la etapa

Al comienzo de la etapa se empieza a dar la distinción entre el “yo” y el “no-yo” que el niño ha ido adquiriendo en la medida que ha tenido dificultades para satisfacer sus necesidades regidas por el “principio de placer” que era lo que presidía su conducta en la etapa anterior. Ahora, en esta etapa, comienza a descubrir la realidad como algo distinto a sus apetencias. Con ello, su conducta se empieza a regir por el “principio de realidad”.
 En esta etapa el niño descubre que hay una realidad exterior independiente a él y a la que se debe tener en cuenta para conseguir sus fines. A un mundo en el que bastaba desear algo para ser satisfecho de inmediato, como ocurría en la primera infancia, sucede otro mundo en el que hay que seguir unas “normas” para alcanzar sus objetivos.
Se da también un animismo proyectivo, que le lleva a dar vida a cuanto le rodea, proyectando sus propios sentimientos sobre las cosas, así, si el está triste, “todo” estará triste, si está alegre, “todo” estará alegre. De ahí que se hablé de una fase “mágico-simbólica”.
En esta edad se produce un desarrollo sensorio-motriz importante. En la maduración y desarrollo de los sentidos, la primera infancia, ha sido una etapa cumbre, donde el niño explora el entorno que le rodea a través de todos los sentidos. En esta etapa tiene más capacidad discriminativa con los sentidos, distingue los detalles, la intensidad, los matices.

En la actividad motriz, no es el moverse por moverse como ocurría en la primera infancia, ya no le interesa la acción por la acción misma, sino que se orientará al logro de algo concreto. Es la edad de la actividad, hacia los 4-5 años el niño es ante todo un “ser en movimiento” contínuo, incansable, entregado a la alegría de vivir y actuar, va ganando en soltura e intrepidez, de manera que cada vez le gusta más lo difícil y misterioso.
Al final de esta etapa puede hacer físicamente casi todo lo que quiere, dentro de sus fuerzas, pasando de la gracia que tenía en los primeros momentos de la etapa a la fuerza que domina al final de la etapa. El ambiente competitivo que se encuentra en la escuela con sus iguales, le lleva a superarse y así ser tenido en cuenta por el grupo.

 La inteligencia en la segunda infancia

La primera infancia ha supuesto un gran avance para la inteligencia: se ha iniciado el lenguaje que es la gran palanca que tiene para el desarrollo nuestra inteligencia. Este inicio tiene su continuidad en la segunda infancia, en la que va a adquirir una base muy amplia de conceptos, que son las ideas mentales acerca de las cosas, que van a posibilitar el podernos comunicar.
De los 3 a los 6 años el vocabulario pasa de las mil a las dos mil quinientas palabras. Poco a poco su lenguaje va ganando en coherencia, claridad y comunicabilidad. Ciertamente, el niño observa mejor que antes la realidad concreta, y el lenguaje le permite precisamente afianzar su conocimiento de ella.
En esta etapa tiene un pensamiento perceptivo. El niño en este nivel piensa sobre lo dado, sobre lo que tiene presente que lo toma como absoluto. Puede pensar sobre lo que percibe o ha percibido, “piensa lo que ve”, pero no puede ir más allá de la representación. Por ello las actividades escolares serán manipulativas y posibilitarán el desarrollo de los sentidos.
Tiene un pensamiento egocéntrico. Lo que se plantea es en relación a su yo, y tiene que sentirse protagonista en lo que pide y conoce.
No tiene posibilidad de realizar abstracciones, para poder pensar tiene que tener ante sí los datos sensibles, concretos, a partir de los mismos puede resolver sencillos problemas.

La afectividad

En esta etapa sienten curiosidad por la constitución de su cuerpo y las diferencias o similitudes con el de los demás y por las sensaciones placenteras que se dan en el cuerpo.
Aparecen las preguntas sobre el origen de los bebés, observan con atención el cuerpo de los adultos, comparándose con ellos, ya sea en las películas, en la playa... Es importante que a esta edad, los niños hayan establecido con claridad su identidad sexual, es decir, que sepan lo que son y lo que se espera de ellos, ser en el futuro un hombre o una mujer.
En torno a los tres años se da el descubrimiento de los órganos genitales, y puede aparecer la masturbación, que es la expresión de una sexualidad que se está iniciando. Puede darse una atracción más marcada por el progenitor del sexo contrario. Trata a la vez de averiguar por qué existen esas diferencias y de situarse a si mismo en el lado de los papás o mamás.
En este momento tiene que asimilar la realidad del triángulo descubierto –mamá, papá, hijo-, en el que descubrirá más atracción por el sexo opuesto de su progenitor.

Capta la estabilidad afectiva o lo contrario de sus progenitores que asimila por imitación. Pocos momentos hay en la evolución del niño donde sea tan importante, el tener unos padres afectivamente equilibrados y formando una pareja unida. Necesita de referentes estables que permitan un desarrollo correcto de su personalidad.

La vida social

En esta etapa evolutiva el niño siente la necesidad de afirmar su personalidad naciente y lo hace a través de la desobediencia a las indicaciones de los mayores, los caprichos que empieza a manifestar.
En esta etapa el niño pasa del ámbito familiar a frecuentar el trato con algunos compañeros de su misma edad, así descubre –por la resistencia que ofrecen la satisfacción de sus deseos- la existencia de los “otros”.
Hacia los tres años ya no utiliza al otro como un elemento más del juego, sino que siente la necesidad de explicarle al otro lo que va a hacer, no para ofrecer o pedir colaboración, sino para reforzar su propia conducta.
En este momento evolutivo con facilidad aprende las conductas sociales a través de la imitación del adulto o de los hermanos mayores que son un modelo más próximo al niño. Es por ello la gran importancia que tienen los hermanos mayores en la casa, pues son los referentes que va a tener el niño.
Esta interiorización que hace de las imágenes de los mayores a través de la imitación le genera una seguridad interna y posibilita que vaya desarrollando habilidades de autocontrol que irá afianzando con las interacciones de sus iguales. No hemos de olvidar que en esta etapa evolutiva hay un acontecimiento madurativo social importante, que es la asistencia a la escuela, en el nivel preescolar.
El ingreso en la escuela es un acontecimiento socializador de primera magnitud. Hasta ese momento, el niño era probablemente el centro de atención en su casa, si no tiene hermanos más pequeños que él, a partir del inicio de la escolaridad, se encuentra en un grupo social donde existen unas normas que hay que cumplir, donde otros iguales que yo, pueden tener las mismas demandas que las mías, y por tanto, tiene que ceder, etc. Es frecuente que en esta etapa manifieste conductas distintas en casa y en la escuela. En el primer sitio se muestra caprichoso y en el segundo obediente y dócil.
No obstante, hay que decir que el inicio y entrada en la escuela puede ser algo traumática para el niño, porque intentará mantener en la clase, los privilegios que tiene en la familia, como ello no lo permitirá el profesor, es probable que aparezca el llanto, las rabietas, conductas desadaptativas, para tratar de ganar el pulso que mantiene con el profesor. Que duda cabe que es un momento donde se le infringe un serio correctivo al yo hipertrofiado que a esta edad tiene el niño.
La constancia del profesor en extinguir –ignorar, no prestarle atención- las conductas inadecuadas, así como la presentación de una normas de convivencia claras y firmes, hará que en un periodo de tiempo relativamente corto, el niño asuma el grupo como un entorno en el que se va a encontrar a gusto. Es de reseñar también el distinto perfil que presentan hijos únicos, de los que tienen más hermanos. Los primeros en general llevan peor que los segundos, el proceso de adaptación al grupo.
En este momento empiezan aparecer las rivalidades entre los niños que surgen cuando realizan actividades conjuntas –los juegos- entonces quiere el juguete que el otro tiene. Es una buena ocasión para desarrollar habilidades de autocontrol, animándole a que no todo lo que se desea se ha de tener a cualquier precio, que aprenda a respetar las cosas de los demás, aunque le puedan atraer. Es una forma de aprender “las reglas del juego”.

Problemas pedagógicos en esta etapa

La educación de los hijos en este momento tiene que tener en cuenta una serie de consideraciones:

 La necesidad de crear hábitos de autonomía.
La tarea educadora en sus primeros momentos tiene la finalidad de posibilitar hábitos primarios en el niño: acostarse y levantarse a la misma hora, saber estar sentado correctamente en la mesa, saber vestirse…

 Potenciar la educación sensorial.
Hemos de tener en cuenta que nada hay en nuestra mente que no haya penetrado previamente por los sentidos, se deduce que la educación de la inteligencia tiene que empezar por la de los sentidos. En el niño se da un sincretismo mental, según el cual percibe no sensaciones aisladas, sino las cosas como totalidad. Hay que ejercitar al niño en percibir y sentir con justeza. Hay que poner en actividad todos los sentidos, asociando los ejercicios sensoriales con los ejercicios motores y actividades de gesticulación.

 Educar la imaginación.
Es la facultad humana por excelencia y a la que no se le presta la debida atención para desarrollarla de manera sistemática. La imaginación es importante tanto para el desarrollo de la ciencia como de las artes.
El niño es un ser imaginativo por excelencia, gusta de historias extraordinarias, inventa personajes fantásticos, mezcla lo real con lo ficticio, gusta de fábulas, cuentos, leyendas… y en todo ello encuentra su mente material para activarse y madurar. Con su imaginación lo que piensa es “como si” existiera, por eso en sus juegos los objetos los puede ver como seres vivos que interactúan con el niño.
Educar la imaginación es compatible con que aprenda a distinguir lo imaginado de lo real.

 Educar el carácter.
Hay que ir creando los cimientos de la personalidad y para ello tiene que estar rodeado de cariño, de amor, pero debe de evitarse el exceso de mimos. Tiene que tener normas claras y las justas que encuadren su conducta. Hay que enseñar a vivirlas desde los primeros años. Tan pernicioso para el niño es que no tenga en su entorno ningún referente de normas, como que abunde en ellas. Tienen que ser adecuadas a su edad, fáciles de entender y de observar su cumplimiento.

 Educar en valores.
Los valores indican los puntos cardinales para la persona, indican por donde tengo que tirar, qué tengo que hacer. Este periodo evolutivo es un momento magnífico para comenzar a sembrar valores. Trataremos de proponer conductas que son concreciones de los valores que queremos desarrollar en nuestros hijos. En esta edad no es el momento de justificarle los valores sino que empiecen a actuar de manera virtuosa, más adelante ya entenderán los motivos de hacerlo así.


Fuente: Ministerio de Educación, Cultura y Deporte