republicado con autorización da
autora (https://educa2.info/)
Tengo dos hijos y, lo confieso,
los dos tienen móvil. Desde los doce años, que es cuando empezaron el instituto
y les dimos el preciado aparatito; gesto que se está convirtiendo en un rito de
pasaje postmoderno. Si nos comparamos con otras familias de la anterior
escuela, fuimos de los últimos —la mayoría de compañeros de clase ya tenían
móvil en sexto de primaria—, pero no me gusta compararme con otras familias y
tampoco me siento muy bien al haberles suministrado el móvil, así que dejo este
derrotero.
Tampoco voy a hablarles de cómo
este objeto se ha convertido en parte esencial en las vidas de mis hijos: como
lo miran, absortos, lo arrullan y lo toquetean. Como —a diferencia de otras
cosas—, jamás se lo olvidan, vayan a donde vayan. Como lo ponen con disciplina
germánica a cargar, cada noche —para que no desfallezca, el pobre móvil. Como
lo consultan, minuto sí, minuto no, para comprobar que no ha pasado nada
importante en sus vidas, en las de sus amigos y en el mundo, en general.
No hace falta que les cuente nada
más: muchos de ustedes tendrán hijos con móvil, cónyuges con móvil, amigos con
móvil, compañeros de trabajo con móvil. Muchos de ustedes tendrán móvil y
sabrán lo que es estar enganchados al móvil o constantemente pendientes del
móvil: un estado que no solo experimentan los menores de edad.
El móvil, que quieren que
les diga, me parece un horror con el que tenemos que convivir. Pero parece
que “es lo que hay” o esta es la opción que nosotros, malos padres, hemos
tomado. Así que lo que hemos hecho en nuestro caso es instaurar dos normas: los
móviles nunca durante las comidas en familia y siempre fuera de las
habitaciones —de todos—, por la noche.
Entretanto, le he encontrado dos
funciones educativas bastante prácticas, que quiero compartir con ustedes.
La primera está relacionada con
la ortografía:
— “Acuerdate que me teneis que
llamar cuando hos esteis acercando” — me escribe uno de mis retoños
vía WhatsApp.
Me horrorizo, pero mantengo la
calma: como sé que eso SÍ lo va a leer le respondo:
— “Nos acordamos, sí. Pero
“acuérdate”, “tenéis” y “estéis” llevan acento y “OS” se escribe SIN hache”.
Y, como por arte de magia, el
próximo WhatsApp lleva un “os” como Dios manda.
El segundo uso práctico del
móvil en familia está relacionado con el siempre candente tema de la
ayuda en casa:
No sé si les sucedes a ustedes,
pero mis hijos, de vez en cuando, me confunden con una camarera. En
consecuencia, salen de casa y dejan un memento de este tipo
sobre la mesa:
El souvenir también puede estar
en el reposabrazos del sofá, de esta forma:
Pero de nuevo, Whatsapp se
convierte en un aliado en la batalla por que los hijos ayuden en casa, y la
madre, tecleando con sangre fría, manda el siguiente mensaje:
??????????????????????????????????????????????
Mensaje que tiene un efecto
inmediato y una respuesta mucho más positiva, me atrevería a decir, que si se
hubiera transmitido de forma presencial:
— UUUUPPS. Lo sientoooooo. Me
he olbidado — me responde.
— “Olvidado” va con “V”! —
respondo yo.
Y así seguimos, con un único
consuelo: para algo sirve el móvil.